5 de abril de 2011

 Leyenda DE PATACAMAYA
  
Hoy los viajeros hacen alto en ese lugar para servirse un ligero refrigerio o tomarse un descanso. El paisaje es soledoso y fosco. Las nuevas urbanizaciones le están dando fisonomía de un villorrio en construcción. Sus habitantes han interrumpido su modorra tradicional: hoy despliegan diligencias y ya existe un pequeño comercio promisorio.
En la antigüedad era un paisaje escueto, con caseríos diseminados en su extensión. Los habitantes pertenecían a la nación aymara: rebeldes, duros para el trabajo y aguerridos. Transcurrían su existencia mascullando el vasallaje impuesto por el imperio incaico.
Ninguno de lo caciques había aceptado de buena gana rendir pleitesía al Inca. El temor les imponía obediencia y, como todo gobierno asentado en la injusticia, no estaba lejano el momento de enfrentar alzamientos y sangrías en ese pueblo.

La tiranía se tornaba cada ves más insoportable. El pueblo ahondaba su odio al gobierno extraño. Un día, los Mallkus dirigentes se reunieron en las alturas, allí donde rumia el viento y moran sus dioses penates, y juraron la rebelión. Los ancianos aconsejaban la táctica y los jóvenes no deseaban sino apurar la guerra.
Un anochecer se encendieron fogatas en los cerros, atronaron en el aire los pututus; el pueblo corrió hacia sus jefes y se organizaron las falanges patriotas que repudiarían al gobierno impuesto. La guarnición inca fue pasada a degüello; los capitanes representantes del imperio corrieron igual suerte, y cuando estaba consolidada la situación mandaron un chaski al Cuzco con el encargo de decirle al Inca que esa circunscripción kolla no le reconocía la autoridad para dominarles y que ellos tenían sus Señores naturales en los Mallkus, a quienes obedecerían desde ese momento en adelante.
El Inca escuchó al mensajero y estupefacto de cólera ordenó que le cortaran la lengua por osado y así lo devolvieron al campamento de los alzados.

El arribo del chaski fue el aviso de guerra.
Los Mallkus dispusieron la resistencia. Toda la nación aymara de ese territorio debía participar en la defensa. Hombres, mujeres, niños, ancianos, se decidieron a esperar a las huestes del incario.
La batalla fue sangrienta. El suelo se tiñó de sangre humana. Los bravos aymaras combatieron varonilmente. ¡De nada les sirvió! El imperio era más fuerte, más rico, más poderoso. Avasalló al pueblo rebelde, lo desangró, lo diezmó, y al final de la lucha que duró una tarde y una noche, despertó el Tata Inti  sobre un hacinamiento de cadáveres, cien Mallkus prisioneros y un pueblo abatido y ululante.

EPILOGO

Los jefes de la rebelión que cayeron prisioneros llegaron a Cuzco, capital del imperio.
Ingresaron a la ciudad amurallada por en medio de una calle de gentes que les insultaban y escupían. Gritos y mojigangas trataban de aturdirlos. Ellos difícilmente podían tenerse en pie; les habían obligado a recorrer el largo camino cargando pesados pedrones.
Fueron encerrados en fosos donde abundaban alimañas. Allí debían esperar la sentencia del Inca.
El monarca no quiso acercárseles. Tal era su rabia. Mandó llamar a los generales ajusticiadores.
- Cortad cien cabezas de Mallkus –ordenó.
- Sólo son cien los Mallkus prisioneros, otros cien murieron en la batalla –arguyeron sus generales.
- Pues a los cien Mallkus prisioneros decapitadlos y mostrad las cabezas a su pueblo para prevención de lo que pretendieran alzarse en el futuro.
Y en el instante de la sentencia, el Inca estaba dando un nuevo nombre a esa sabana extendida del Kollasuyu, la misma que hoy atravesamos todos los días y cuyo villorrio se denomina Patacamaya, que en la milenaria lengua de la raza aymara dice: “Lugar donde murieron cien personas”


Antonio Paredes-Candia
del libro “Leyendas de Bolivia”